martes, 19 de julio de 2011

CONCIERTO

 Preludio de la cavatina de Alexandre Tansman;  Andante y rondó de Dionisio Aguado 
Todo es tranquilo en este momento, la voz de la guitarra así lo amerita, me vienen viejos recuerdos campiranos: árboles, insectos, un río… Tiempos agradables, risas, una que otra emoción intensa que pudo despertar en algún instante, pero todo al margen de lo que considero normal. Mis aplausos alegres acompañan al del resto del público.


Danza de la Cabra de Arthur Honegger
Un poco de caos, la cabrá va por ahí haciendo de las suyas, tomando poco a poco el control del descontrol de mi pensar, despertando las dudas y uno que otro recuerdo que estaba ya empolvándose desde hace mucho, renovando y haciendo presentes las complicaciones estúpidas que he acarreado toda mi vida.  Mis aplausos intentan interrumpir mis pensamientos y sincronizarme con ellos.


Partita en la menor para flauta sola de J.S. Bach
Todo se estabiliza un poco, la naturalidad de la música corre tan libremente, que puedo pensar fríamente en todo, sentir la brisa que expide el presente, sin llegar a empaparme de él, veo las cosas claras, y a pesar de que hay algunas que no están en mis manos, las acepto tal cual sin mas ni menos, aunque en el fondo tengo otras cosas en mente. Mis aplausos intentan imitar inútilmente la naturalidad de la música, pero solo resulta hipócrita.


Tres encantamientos para flauta sola de André Jolivet
Para éste entonces mis sentimientos se han vuelto un vaivén de un mar de culebras punzantes esperando encontrar un punto débil. Me muerden y solo quedó en estado vegetal, hipnotizada como cuando se observa una fogata sin que nadie diga nada. Encantada precisamente. Me dejo llevar, haz de mí lo que tu quieras, al fin y al cabo me he olvidado a mi misma, ya me quede vacía y solo queda un cascarón, un cuerpo movido como por inercia, controlado por el sonar de las notas sin oponer resistencia alguna. Mis aplausos alaban cual esclavo, un esclavo tan acostumbrado a serlo, que ya no recuerda como es ser libre.


La historia del tango para flauta y guitarra de Astor Piazzolla
Despierto poco a poco del trance hipnótico. La verdad que alguna vez sembré, cultive, abracé para mi misma, y a la cual traicioné me persigue para cobrar venganza y ahora solo me está torturando. Cada segundo es un resistir tiránico para mi, soportar aquello me causa dolor y también placer. Todo eso me sacude violentamente a lo largo de veinte minutos. Mi única verdad, la que siempre supe, la que siempre sentí revive y me hace revivir junto con ella, es mi bendición y  condena, solo existe para mi, y soy celosa de ella. Mis aplausos nacen solo para ser olvidados. 

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