domingo, 29 de enero de 2012

Kino y la Luna (2da parte)

Kino se levantó y emprendió camino nuevamente hasta que fue noche de nuevo. Llegó a la orilla de una laguna y ahí prendió una fogata. El agotamiento apenas lo dejaba mantenerse de pie. No había comido. Solo bebió un poco de agua y al poco tiempo sufrió un profundo desmayo.
No pasó mucho tiempo y una serpiente grande y verde se acercó sigilosamente hacia donde Kino se encontraba. Poco a poco se enroscó en su cuerpo.
La luna, quien contemplaba desde el cielo, se sintió atraída por aquella situación. Y antes de que la serpiente pudiese concluir con su cometido. La luna bajó a intervenir.
-¿Crees que es justo ni siquiera darle la oportunidad de defenderse o huir? ¡Serpiente, te creía tan poderosa,  y ahora solo te has rebajado al aprovecharte de ésta criatura!
Entonces la serpiente avergonzada huyó entre los matorrales.
-¡Y no te molestes en volver! ¡Estaré vigilando que no vuelvas!- Le gritó la luna por última vez a la serpiente.
La Luna observó con detención al joven. Estaba cubierto de barro y en muy mal estado, a pesar de esto, su belleza no había sido opacada, y conmovida se quedó el resto de la noche contemplándolo.
Al día siguiente Kino despertó, el barro que cubría su cuerpo había desaparecido y se encontraba sobre una cama de hojas de plátano con una flor blanca de agradable aroma junto a él. Kino no recordaba como ocurrió eso, sin embargo su amnesia se la atribuía al terrible cansancio y somnolencia que había padecido el día anterior.
Pero ésta era la menor de sus preocupaciones, ya que ahora se encontraba alejado de por vida de sus seres queridos. Ahora se encontraba solo. Comenzaba a darse cuenta que no tenía otra opción que vivir en el exilio. Se resignó a vivir en los alrededores de aquella laguna y vivir de lo que la naturaleza podía ofrecerle.
Kino pasaba sus días a la intemperie cazando y tratando de sobrevivir. Y la luna pasaba las noches bajando a contemplarlo mientras éste dormía, dejándole siempre una flor distinta cada noche, cada una con un aroma exquisito. No pasó mucho tiempo para que Kino comenzara a preguntarse de dónde provenían estas flores. 


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