domingo, 29 de enero de 2012

Los cuidadores

    Para cuando llegue a la terminal de autobuses, el tiempo ya me había robado los minutos vitales para el abordaje, y ahora me veía confinada a estar varada por quien sabe cuanto tiempo en aquel vaivén de nómadas a la intemperie del infortunio. 
    El reloj ya marcaba las siete de la noche pero mi mente insistía en querer ver las seis y cuarenta, no en vano mi aflicción se convirtió en furia al reclamarle a mi compañero haber escuchado "siete quince" en vez de "quince a las siete", lo cual fue la raíz del retraso. 
    El siguiente autobús salía dos horas después, dos horas precisas que tenía para alcanzar el trasbordo de la siguiente ciudad a las once y cuarenta de la noche. De no ser así, perdería de nuevo el autobús y me quedaría naufraga hasta las tres de la tarde del siguiente día en aquella ciudad desconocida. Pero aún así tenía que correr el riesgo, ya había viajado los últimos dos días y tenía una urgencia nostálgica de llegar a casa, a donde siempre he pertenecido y todos me esperaban. 
    A las ocho y cuarenta abordé. Intenté cual indigente en miseria, rogarle al conductor que fuera lo mas rápido posible, ya que tenía contados los minutos para alcanzar el trasbordo. Creo que mi desesperación le causó algo de lástima, a lo que dijo que haría lo posible, pero que no estaba en sus manos si  el tráfico era mucho. 
Tomé asiento y supe que no tenía otra cosa que hacer que guardar la calma, pasara lo que pasara nada podía hacer yo. Tomé unos trapos que cargaba y me los eché encima para calmar el frío. Quedé en silencio hablando con alguien esa noche. 

-Haremos lo posible y las maniobras necesarias, pues tu debes llegar esta noche, recuerda que estás a salvo siempre y cuando sigas oyéndonos en tu silencio. 
-¿De verdad? Muchísimas gracias. Saben que odio pedirles cosas pero esta vez es completamente necesario, necesito de ustedes. Aunque no tengo idea de qué haré para compensarlo...
- Despreocúpate, nada debes, además lo necesitas. En cuanto el autobús se detenga y abra sus puertas, baja y corre como nunca jamás haz corrido en tu vida, es lo único que debes hacer.
- Hecho está. De nuevo, gracias. 
-Presentes estamos en todo lugar.

    Recargué mi cabeza en el cristal. Aquellas tres horas fueron las mas largas de mi vida, no quería creer aquello por completo, aunque en el fondo si lo hacía. Además no tenía absolutamente nada más que perder. 
    La oscuridad de la noche era lo único a través de la ventana de lo que pudiese yo percatarme. Intentaba disipar la angustia.
    El autobús llegó a su destino y abrió sus puertas. Tomé mis pertenencias y solamente corrí y corrí. Encontré mi trasbordo. La gente ya subía pero al fin logré alcanzarlas. ...y corre como nunca jamás haz corrido en tu vida... El aire helado que tan aceleradamente había entrado y salido de mi garganta, me quemaba la nariz y los pulmones, la humedad de mi sudor maximizaba el sentir del frío de la noche, los brazos y piernas me temblaban, aquel océano de sensaciones era parecido a una influenza, pero no importaba mas, estaba a salvo, rumbo a casa, caí en un profundo sueño.

Llegué al fin a mi hogar.
...pues tu debes llegar ésta noche...
A los dos días mi abuela falleció.  





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